29 jun 2011

LA ENFERMERA Y LA MODELO

Entre las profesiones de las mujeres que iba conociendo curiosamente se estaba dando un caso de coincidencia entre enfermeras y maestras. Probablemente las mujeres de su generación no tenían mucho donde elegir. Él incorporó a su catalogo de preguntas previas la profesión de ella e invariablemente estas dos profesiones eran de las más respondidas. Por eso no se extrañó nada cuando “Afrodita”, 41 años, divorciada, dos hijas, le respondió que era enfermera. Al principio él pensó que no iba a ir a ningún lado con esta mujer, sus primeras frases encajaron muy bien pero cuando él quiso comprobar hasta donde ella era capaz de llegar y le soltó un par de frases de marcado contenido sexual ella se ofendió y desconectó. Por lo que él pensó que había dado con la enésima princesa en busca de su príncipe azul, inmaculado y sin deseos sexuales, un Ken para una Barbie, con un vientre como una tableta de chocolate y sin nada debajo de los pantalones. Pero a los pocos días ella reapareció y volvieron a charlar. Él se cuido muy mucho de más bromas sexuales porque tenía una cierta curiosidad en ver como era aquella mujer en la vida real.

Quedaron para un café y ella era realmente preciosa, muy delgada, con el pelo negro, lacio y muy largo, unos labios sabrosos y mirada triste. A cada paso que ella daba parecía que se iba a romper de tan frágil y dulce como parecía. Él decidió que merecía la pena poner la marcha corta e ir muy despacio a ver hasta donde podían llegar. Se vieron varias veces, un café, una cerveza, pero él controlaba el ritmo y jamás volvió a insinuar nada sexual en sus encuentros mientras que por el contrario en el chat no paraba de demostrarle lo mucho que le había gustado y le resaltaba cada uno de los detalles de ella que él consideraba absolutamente adorables.

Esa doble táctica dio sus frutos de una manera sorprendente, una tarde habían quedado a tomar café cuando ella, de repente y sin mediar palabra, lo besó de una forma tan apasionada y vehemente que él tuvo que separarse y buscar un sitio más discreto que aquel bar para ese tipo de actividades. No tardaron en quedar, pocos días después, en el piso de él para continuar explorando ese conocimiento, más físico que químico, que ambos querían saber del otro.

No estuvo mal, es decir, no era para tirar cohetes pero tampoco es que fuera mal. Ella era preciosa, quizás algo demasiado delgada, pero el problema fundamental es que solo se dejaba. Se desnudaba y a partir de ahí se convertía en algo menos que una muñeca de trapo. Eso a él no le gustaba nada y a los pocos encuentros sexuales empezó a proponerle iniciativas, posturas, aventuras a las que ella se negaba una tras otra. Ni siquiera quería chuparla porque decía que eso ella no lo hacía. La relación se estancó. Siguieron viéndose, pasaron algún fin de semana en la sierra, cines y mucho sexo pero él le dejo bien claro que la relación no iba a pasar de ser amigos con derecho a roce a lo que ella no estaba dispuesta porque quería una pareja estable. Él le confeso que tenía otras amigas con derecho a roce y que jamás le mentiría con ese tema ni a ella ni a las otras. Ella decidió cortar toda relación pero a los pocos días volvió a ir al piso de él asumiendo su papel de amiga con derecho a roce sin privilegios de novia.

Por aquella época él conoció a “Artemisa”, vaya tela como abusa el personal de la mitología griega. Lo curioso de “Artemisa”, aparte de la despampanante belleza de su foto, era su profesión, ni maestra ni enfermera sino modelo. Anda, era la primera modelo que él conocía, pero esa no iba a ser su única sorpresa sino que a medida que la iba conociendo las sorpresas aumentaban. Aparte de ser una belleza era muy simpática, alegre, risueña, bromista, sexualmente desinhibida, respondió a todas las bromas sexuales de él con una gracia y una habilidad impresionantes. Como muestra cuando él le dijo que las mujeres no sabían chuparla ella dijo que por eso mismo ella había hecho un master en Harvard y había obtenido matrícula cum felatio, que tenía el título colgado en la cocina. Él le preguntó que porque en la cocina y ella respondió que lo tuvo un tiempo en su dormitorio pero que entonces sus amantes era lo primero que pedían y ella prefería que fuera una sorpresa.

Él llego a sentirse enganchado con esta modelo tan especial. Parecía como si ella lo supiera todo de él, como si adivinara hasta el mínimo de sus gustos y preferencias y se adelantara en las conversaciones a sus chistes y bromas. Rápidamente él quiso quedar, para comprobar que tal mujer existía en tres dimensiones, pero ella era una mujer muy ocupada con su profesión, viajaba mucho, y le costaba saber cuando podría pasar unos días en la ciudad de él.

Un día él recibió un email de la modelo todo lleno de promesas e ilusiones. Algo un poco demasiado para lo que tenían sin haberse llegado a conocer y eso a él le chocó. Repasó bien su email y descubrió que allí fallaba algo. La modelo le había escrito como si lo conociera en la vida real pero eso aún no había sucedido. Era raro. En las conversaciones que mantenía con ella empezó a tener cuidado de no mencionar detalles que luego sí aparecían en los emails de ella. Un día sospechó que la enfermera y la modelo eran la misma persona porque los emails eran idénticos en cuanto a gramática y expresiones. Le tendió una pequeña trampa y le habló a la modelo muy mal de la enfermera. Le dijo que era sosa, que cuando habían ido de fin de semana a la sierra se había puesto el MP3 para no oír los sonidos de la sierra y sobre todo que se aburría con ella. El email de respuesta de la modelo, indignadísima por el trato recibido por su supuesta rival, no se hizo esperar y él tuvo la confirmación del engaño. Jugó un poco más con los dos personajes y la única mujer que había tras ellos hasta que un día citó a la enfermera para decirle algo muy importante.

Ella llegó puntual, hicieron el amor dulcemente, tras lo cual él le confesó que se había enamorado de una modelo, a la que aún no conocía, pero a la que le debía fidelidad ya que quería tener con ella una relación seria. La enfermera se quedo cortadísima, apenas supo decir algo, pero estuvo todo el tiempo insinuándole que no se precipitara hasta conocerla en persona, que esas cosas son muy delicadas. Él le confesó que sentía algo especial por esa mujer, que no era la foto sino su forma de ser, su mundo interior, su falta de mentiras. Ella no sabía donde meterse y le prometió que cuando llegara a su casa le iba a escribir un email, que no tomara ninguna decisión hasta leerlo. Cuando ya salía por la puerta él le confesó que lo sabía todo, que esperaba que ella lo hubiera confesado. Ella cambió el color de su rostro de un rosa pálido a un rojo granate pasando por un morado profundo. Le dijo que lo sentía, que lo único que quería demostrarle es que ella, en el fondo, podía ser como él quisiera, que ella no podía tolerar ser una amiga con derecho a roce, que quería una pareja, un novio, un príncipe azul. Se despidieron enfadados y tristes pero él al poco tiempo le perdonó el engaño y siguieron viéndose como amigos con derecho a roce hasta que ella encontró un novio 10 años menor, con un vientre como una tableta de chocolate, y decidió cortar toda la relación con él.

Nunca más volvieron a verse.

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